“El futuro ha llegado, el lobo que nunca venía ya ha entrado en el redil. Todavía no puede verse sin el instrumental adecuado y sin la información adecuada sobre en qué dirección enfocar la mirada, y habrán de pasar algunos años –quizá diez o quince- antes de que la situación de extralimitación sea generalmente reconocida: pero no hay forma de eludirla”
Ernest García, El cambio social más allá de los límites del crecimiento
Uno de los aspectos centrales para entender la crisis ecosocial, y la amenaza que supone para nuestra civilización, es comprender su particular naturaleza temporal. La cuenta atrás que nos exhorta para actuar y tomar medidas no se mantiene uniforme: corre cada vez más deprisa, porque la economía y la población mundial funcionan en una aceleración constante. Para comprender este proceso tenemos que analizar el fascinante y peligroso comportamiento de los crecimientos de tipo exponencial.
Un cuento persa dice que un rey prometió cualquier deseo a un campesino que le había salvado la vida. Este le pidió una cantidad de arroz, que se calcularía del siguiente modo: un grano de arroz en el primer cuadrado del tablero, que se doblaría en cada nuevo cuadrado y así sucesivamente: 2 granos en el segundo, 4 en el tercero, 16 en el cuarto…Finalmente el rey se vio obligado a desistir: hacia el cuadragésimo cuadrado ya tenía que estar colocado más arroz sobre el tablero del que existía en toda La Tierra.
Otro ejemplo de cómo funcionan los crecimientos exponenciales: si en el año 1 de nuestra era hubiéramos invertido un penique de oro a un interés compuesto del 5%, en 1990 tendríamos dinero suficiente para comprar 134.000 millones de bolas de oro ¡del tamaño de La Tierra! (Jorge Riechmann, PPT, Finanzas mundiales y crisis ecológico-social).
Nuestra economía funciona a la manera del arroz del cuento persa o del penique imaginario. Con crecimiento del 2% anual, dobla su tamaño cada 28 años Mientras hemos estado lejos de los límites del planeta, este ritmo de crecimiento demencial ha podido pasar desapercibido. Pero cerca de los límites del planeta este crecimiento se descubre atrapado en una lógica maldita. Un ejemplo sencillo: si superamos la capacidad de carga de la Tierra, y milagrosamente encontráramos un planeta virgen en el que poder seguir creciendo, con un ritmo de crecimiento anual del 2%, tardaríamos solo 28 años en hacer lo que en la Tierra hemos tardado 200.000 años. A los 28 años el nuevo planeta estaría “lleno”. Entonces el problema se repetiría, pero para solucionarlo nos haría falta no otro planeta virgen, sino dos más.
Durante el siglo XX el mundo ha conocido un crecimiento poblacional espectacular. Concretamente en los años sesenta se empezó a hablar del problema de la “bomba poblacional”: la incorporación de los antiguos países colonizados al tren de la industrialización, con la transición demográfica consecuente que aumentaba la natalidad y reducía la mortalidad, podría llevar a la población mundial a cotas insostenibles. Además, dadas las inercias que existen en las sociedades humanas, los efectos de políticas de restricción demográfica no empezarían a hacerse visibles hasta pasado mucho tiempo después de haberse implementado.
Evolución de la población mundial 1500-2050. Fuente: ONU.
Actualmente la población mundial ronda los 7.200 millones de personas. Naciones Unidas pronosticaba una estabilización, para el año 2050, en unos 9.000 millones. Pero el dato hay que tomarlo con cautela porque dicho objetivo requeriría una equiparación de la fecundidad con la tasa de remplazo que todavía no se ha producido. Esto ha llevado a los demógrafos de la ONU a actualizar sus previsiones y esperar, en 2100, una población cercana a los 11.000 millones de seres humanos. En un mundo sumergido en una profunda crisis ecosocial, con una presión enorme sobre todo los recursos naturales, 11.000 millones de seres humanos es una cantidad de gente desmesurada. Un dato comparativo: el techo de población de nuestra especie, hasta que el milagro de los combustibles fósiles nos ha permitido saltarnos las normas de nuestros ecosistemas y comer petróleo, ha estado en torno a 1.000 millones de personas.
Pero antes de hablar del problema de la superpoblación es preciso distinguir entre superpoblación de personas y superpoblación de consumo. La idea de superpoblación, será siempre en referencia al nivel de gasto energético-material de un cierto nivel de vida asociado. Con la dieta exageradamente alta en consumo de carne industrialmente producida de un estadounidense, en nuestro planeta sobran ya 3.000 millones de personas. Pero con la dieta casi vegetariana de un habitante de la India, tenemos capacidad ecológica para soportar 3.000 millones de personas más.
El crecimiento económico es también un fenómeno sometido a un proceso de despliegue exponencial. Por tanto, a medida que se acerca a un límite externo, este se acelera peligrosamente reduciendo nuestro tiempo para reaccionar y cambiar de rumbo.
Nos han enseñado a juzgar el crecimiento como algo bueno en sí mismo. Todos los partidos políticos que quieran ganar unas elecciones tienen que prometer crecimiento económico. La razón es cultural y también estructural. Tenemos una economía que solo sabe funcionar creciendo. No crecer significa altas tasas de desempleo, pobreza, desinversión, crisis fiscal de los Estados, y tensiones políticas de primera magnitud. Nuestra manera de producir está enganchada a la expansión permanente, lo que se refleja especialmente en los últimos sesenta años de historia, periodo que ha venido a llamarse “La Gran Aceleración”.
La “Gran Aceleración”. Fuente: Informe Planeta Vivo WWF 2016.
Pero ningún ser vivo crece hasta el infinito. La naturaleza nos enseña que cualquier planta o animal, para ser viable, tiene un proceso de desarrollo en su juventud y luego se estabiliza. Nuestro metabolismo social, esto es, nuestro sistema de intercambio de energía y materiales con la biosfera, que marca el tamaño ecológico de nuestras sociedades y determina su campo de juego económico (lo que podemos y no podemos producir), debería presentar un comportamiento parecido. Si bien un crecimiento acelerado ha podido tener un papel evolutivo interesante, que ha permitido generar prosperidad material y masificar niveles de vida que antes eran exclusivos de unos pocos, este debe detenerse en algún momento para no volverse autodestructivo. Siguiendo con los ejemplos orgánicos, un crecimiento constante e incontrolado de células se parece más a una patología que a un comportamiento sano. En medicina esa patología se llama cáncer.
Si mantuviéramos tasas de crecimiento del 3% anual, a finales de siglo XXI España contaría con 558 aeropuertos públicos, casi 2.000.000 de kilómetros de carreteras, casi 300 millones de viviendas y la visita anual de 875 millones de turistas. Un auténtico disparate que no se producirá jamás. En algún punto tendremos que parar.
Este ejemplo es suficiente para ilustrar lo absurdo que resulta creer que el proyecto económico predominante no es transitorio. Necesariamente, nuestra evolución cultural tendrá que dar lugar a otro paradigma económico donde prime la estabilidad. El dilema está en si esto lo lograremos hacer de modo ordenado y humano, minimizando tensiones y sufrimientos sociales, o de un modo caótico en una lucha sin cuartel por espacios de crecimiento a costa de otros.
En 1972 tuvo lugar la publicación de uno de los libros más importantes del siglo XXI: el informe Los Límites del Crecimiento, que el Club de Roma encargó al MIT de Massachusetts, y que tenía por autores a Dennis y Donnela Meadows y Jørgen Randers. En este estudio, a partir del mejor conocimiento disponible y usando un modelo de dinámica de sistemas apoyado por los ordenadores más potentes de la época, se dibujaban diferentes escenarios de evolución de las sociedades industriales. Las conclusiones del libro ponían a la humanidad ante una importante elección: si las tendencias en curso de crecimiento poblacional, aumento de la producción industrial e incremento de la contaminación y agotamiento de recursos no se modificaban, los límites del crecimiento serían sobrepasados en algún momento del siglo XXI. Y el resultado más probable sería un colapso de la civilización industrial.
Escenario estándar de Los Límites del Crecimiento. Fuente: Charles Hall & John Day, “Revisiting the Limits to Growth After Peak Oil”, American Scientist, volumen 97, 2009.
El nivel de predictibilidad de Los Límites del Crecimiento ha sido sorprendentemente bueno. La evolución real de los sistemas industriales en los últimos cuarenta años ha resultado altamente coincidente con una de las simulaciones manejadas por el estudio: el escenario estándar. Si la correspondencia entre el escenario estándar y el comportamiento de nuestros sistemas sociales sigue como hasta ahora, cabe esperar un colapso de la sociedad industrial en algún momento de los próximos veinte años. Pero el colapso también sucede en escenarios más optimistas: doblando los recursos naturales existentes, mejorando la tecnología a niveles muy optimistas, reduciendo la contaminación… Por lo tanto, es importante afirmar que para poder situarnos en el horizonte de una sociedad industrial sostenible a finales del siglo XXI es imprescindible frenar el crecimiento económico y poblacional.
Los Límites del Crecimiento planteó siempre un dilema y no una sentencia de muerte. Las opciones estaban abiertas, pero no siempre van a estar abiertas de la misma manera. Cuanto antes iniciara la humanidad el esfuerzo por frenar las dinámicas de crecimiento en las que estaba atrapada, mayores serían las posibilidades de éxito. Las políticas de contención que aplicadas en 1972 hubieran asegurado una sociedad industrial confortable y viable ecológicamente durante siglos, en 1992 ofrecían ya un nivel de estabilización con una calidad de vida menor. Y en el 2016 es imposible que una transición a la sostenibilidad no se convierta en una prueba social difícil. Nuestra situación ya no es la de los años setenta: hoy estamos situados en algún punto entre el colapso de la civilización industrial y un aterrizaje de emergencia dentro de los límites del planeta.
Comparativa entre el escenario estándar de LDC y la evolución real de la civilización industrial. Fuente: Graham Turner, Is global collapse imminent?, Melbourne Sustainable Society Institute. 2014.
Si bien la culpa del exceso se reparte de manera desigual, ya que los países ricos tenemos una responsabilidad mucho mayor en la dilapidación de la naturaleza, la humanidad en su conjunto lleva más de tres décadas viviendo por encima de sus posibilidades ecológicas. Aproximadamente en el año 1980 la civilización industrial superó, por primera vez en la historia, la capacidad de carga del planeta Tierra: nuestra economía comenzó a consumir recursos por encima de la posibilidad de renovación de los mismos. Desde entonces, hemos estado literalmente comiéndonos el futuro. Vivimos en una cuenta atrás donde la supuesta abundancia de hoy se carga sobre una factura que mañana no podremos pagar.
El sobrepasamiento de los límites del planeta no afecta a un solo recurso o servicio de los muchos que presta la biosfera del planeta Tierra. Como la antigua bestia mitológica, es una hidra de mil cabezas. La guerra que los seres humanos hemos declarado contra la naturaleza, y en última instancia contra nosotros mismos, tiene muchos frentes. Se enumeran a continuación los más importantes:
Para muchos otros límites, como contaminación química o aerosoles en la atmósfera no tenemos datos para evaluar la extralimitación, lo cual no significa que la realidad del sobrepasamiento no sea también crítica.
Situación general de sobrepasamiento. Fuente: Informe Planeta Vivo WWF, 2016.
Situación de sobrepasamiento, datos específicos. Fuente: Fernando Prats et al., La gran encrucijada Libros en Acción, 2016.
Mapa mundial de degradación de suelos. Fuente: Informe Planeta Vivo WWF, 2016.
Explotación de las pesquerías globales. Fuente: Informe Planeta Vivo WWF, 2016.
Es fundamental no olvidar que no todos los estilos de vida humanos tienen el mismo peso en el sobrepasamiento ecológico. Si además de aspirar a un mundo sostenible aspirásemos a un mundo justo, los países ricos del norte deberíamos hacer un esfuerzo de reducción de nuestros consumos mucho más intenso, con el fin de dejar espacio a los países del sur para algunos crecimientos y desarrollos industriales cuya generalización suponen mejoras innegables en los derechos y en la calidad de vida de las personas.
Los últimos 500 años hemos vivido en una cultura de expansión permanente. Mientras tuvimos a nuestra disposición una Tierra vacía, fue posible construir una economía y una sociedad que se parecía a un vaquero del lejano oeste: siempre avanzando para explotar nuevos recursos y territorios. Pero desde hace unas décadas vivimos en un mundo lleno. Y como decía Boulding en los años sesenta, una economía de mundo lleno se debe parecer más a un astronauta, capaz de cuidar y reutilizar cada pequeño recurso de la frágil nave espacial Tierra.
La huella ecológica es una herramienta muy útil para comprender nuestra situación de sobrepasamiento. Se trata de un indicador biofísico que mide el impacto de nuestra actividad en los ecosistemas. Concretamente, calcula la demanda que el consumo humano tiene sobre la biosfera. Para ello mide el flujo de energía y materiales requeridos, así como la absorción de los recursos, y traducen estos datos a la superficie en hectáreas de tierra y mar necesarios para producir dichos recursos y absorber los correspondientes residuos.
En resumen, la huella ecológica estima si un modelo de consumo es compatible con los límites de nuestro planeta.
En los años ochenta se superó por primera vez en la historia la capacidad de carga del planeta. Actualmente, el nivel de consumo humano exige 1,5 planetas Tierra para ser viable en el tiempo. En otras palabras, la tierra tarda un año y medio en producir los recursos que consumimos en un año.
Evolución de la huella ecológica global. Fuente: Gobal Footprint Network
¿Cómo es posible que podamos consumir por encima del ritmo de producción de la naturaleza? Porque estamos esquilmando nuestras reservas atesoradas en el tiempo. Si un bosque de diez árboles crece al ritmo de un árbol al año, la tasa máxima de explotación forestal del bosque será uno. Durante un tiempo corto podremos talar más de un árbol al año, pongamos por ejemplo dos árboles anuales. Pero como solo logramos que se reponga uno, en una cuenta atrás irreversible ese ritmo de consumo terminará destruyendo el bosque. Algo similar estamos haciendo con el conjunto del planeta.
Pero la media de la huella ecológica esconde grandes desigualdades. Para que todo el mundo viva como un estadounidense medio nos harían falta 5 planetas, y como un español medio 3 planetas. Sin embargo, el 75% de la humanidad vive con menos de lo que correspondería a un solo planeta.
Huella ecológica por países, 2012. Fuente: Informe Planeta Vivo WWF, 2016.
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