Retos y Alternativas Ecosociales para el siglo XXI

Parte I
El Diagnóstico

Módulo IV Agua

El agua, recurso vital

El agua dulce líquida es un elemento esencial para la vida. En nuestro planeta el agua se encuentra en los tres estados físicos (sólido, líquido y gaseoso), siendo la mayor concentración de la misma el agua líquida salada que conforma nuestros océanos y mares.

En el caso humano la importancia del agua no radica solo en su consumo directo, sino también en sus implicaciones para producir alimentos. Bebemos un promedio de cuatro litros de agua por día, de una forma u otra, pero la comida que comemos cada día requiere 2.000 litros de agua para producirse. En términos globales, el uso de agua está distribuido de la siguiente manera: un 75% para la agricultura, un 22% para la industria y minería y un 4% para consumo doméstico en los centros de población. Por todo ello se dice que el mercado internacional de cereales, fundamental para la alimentación de la humanidad, es en el fondo, un mercado internacional camuflado de agua dulce.

Para el caso de España, el consumo de agua se distribuye aproximadamente de la siguiente manera: alrededor del 82 % va a parar al regadío, mientras que el 18 % restante se reparte entre el abastecimiento a poblaciones y el consumo industrial. Pero este dato es engañoso: mientras que el abastecimiento industrial y de poblaciones tiene un retorno del 80% del agua al ciclo de consumo, en la agricultura este no llega ni al 10%. Por tanto, la responsabilidad del regadío en el consumo de agua de nuestro país es mucho mayor.

El carácter renovable del agua no implica que no se trate de un recurso finito, escaso y frágil, que exige una gestión muy cuidadosa. La actividad humana rompe el ciclo natural del agua y utiliza los cursos fluviales como sumidero, lo cual genera una escasez artificial: los ríos se desvían para satisfacer las necesidades de la agricultura y la industria, construimos ciudades en desiertos, desperdiciamos agua en usos extravagantes e innecesarios, limitamos nuestro uso del agua como efecto de la contaminación. Es decir, aunque la cantidad de agua en el planeta permanece estable, la capacidad humana de aprovecharla se está viendo progresivamente erosionada. Cada vez disponemos de menos agua útil para un nivel de necesidades mayor.

Esta degradación de nuestro potencial para el aprovechamiento del agua está además distribuida de modo muy desigual. En 2010, según Naciones Unidas, 884 millones de personas no tenían acceso a agua potable y 2.600 carecían de infraestructuras adecuadas de saneamiento. Además, 4 millones de personas mueren al año a causa de enfermedades relacionadas con la falta de agua potable.

La ruptura del ciclo del agua

En la escuela estudiamos la importancia del ciclo del agua para la vida en nuestro planeta, pero olvidamos una cosa cuando pensamos en ese esquema: las actividades humanas han roto el ciclo del agua. El curso de los ríos se ha quedado sin agua ya que la desviamos para las industrias, la agricultura y las ciudades; cada vez quedan menos peces y el resto de vida asociada desaparece ante la pérdida de los caudales; apenas llega agua de muchos ríos a los mares con la consiguiente pérdida de su papel abastecedor de nutrientes a los deltas y por tanto al mar.

Hay que recordar que el agua que viaja y llega al mar suele estar contaminada, infectada de sustancias nocivas para los seres vivos con un nivel creciente que va taponando poco a poco la inmensa capacidad regeneradora de los mares. Vamos perdiendo el papel regulador del clima que las masas de agua terrestre y marinas juegan en todos los ecosistemas. En la lógica insensata de expropiar a la Tierra de todas sus riquezas teorizamos que el agua que sigue su curso se pierde en el mar; nos empeñamos en construir ciudades en auténticos desiertos y apelamos a la injusticia de las precipitaciones para justificar la construcción de irracionales tuberías con las que traer el agua desde cientos o miles de kilómetros.

Así, convertimos en escasez física algo que no es sino escasez socialmente construida. Convertimos un organismo vivo como son los ríos en un tubo que sólo transporta un líquido para nuestros usos. Hemos creado escasez de agua en un lugar privilegiado como las huertas valencianas mientras los habitantes del Kalahari no sufren tal escasez.

La lógica económica ve los ríos como una tubería de agua para abastecer la industria, la agricultura, los consumos individuales o para generar electricidad. La construcción de presas en los cauces ha sido una constante que aparentemente ha contado con el beneplácito de la ciudadanía. Sin embargo, este beneplácito generalizado oculta los conflictos que han existido y existen con las poblaciones afectadas.

Tras largos años de experiencia de presas en todo el mundo, ya existe un mayor conocimiento y conciencia de los riesgos de las mismas: la pérdida de sedimentos de los deltas, el papel regulador del caudal de los ríos en todo su recorrido y la consiguiente disminución de la biodiversidad fluvial, el aumento de la sismicidad local con los riesgos que conlleva, la pérdida de la pesca, la degradación de la calidad del agua, la pérdida de monumentos culturales por la inundación de los mismos, la salinización de los suelos por la intrusión del mar o por los sistemas de irrigación, la pérdida de tierras fértiles o la pérdida de un elemento de enorme valor paisajístico y emocional para las personas. Pérdidas muchas veces irreparables que contrastan con la corta vida “útil” de las presas producto de la colmatación de sus vasos, que va reduciendo su capacidad hasta hacerlos prácticamente inútiles.

Los megaproyectos como la presa de Asuán en Egipto, la de Las Tres Gargantas en China, la del río Narmada en la India, la del Bío-Bío en Chile o la de Urrá en Colombia han traído al primer plano el gran número de desplazados y las resistencias que provocan esos proyectos. Esto en ocasiones se ha presentado como un conflicto campo-ciudad o atraso-desarrollo ocultando su carácter de redistribución de recursos básicos.

En España, la construcción de presas provocó en el siglo pasado numerosos desplazamientos de poblaciones y el abandono de pueblos. Ya fuera porque iban a ser inundados, porque se les restringía el acceso al agua o porque se les quitaba sus tierras de pasto para reforestar y garantizar las laderas de las presas, lo cierto es que muchas gentes del medio rural se vieron forzados a abandonar sus hogares. Hoy existe un movimiento que intenta recuperar muchos de esos pueblos pero que sin embargo se encuentran con importantes dificultades administrativas para ello.

Más allá de las presas, la utilización de los ríos como insumo o refrigerante para las industrias (nuclear, maderera, papelera, industrial...), o como “autovía” de circulación para facilitar la exportación de productos variados, termina ejerciendo una presión sobre los mismos que les hacen perder sus principales características como proveedores de servicios ambientales y sociales para las poblaciones que habitan en sus riberas.

Las políticas constructivas del siglo pasado para regular el agua de los ríos hacen que prácticamente quede muy poco margen para ampliar ese tipo de prácticas. En España, por ejemplo, aunque se hicieran más embalses no se podría captar más agua, ya que no queda casi ningún río con caudal suficiente por regular. La larga vida de muchas de las presas ha reducido por otra parte su capacidad como “depósitos” de agua, y esto será algo que irá empeorando con los años. El agua dulce es también un recurso limitado y ello hace prever que las luchas por el agua se puedan volver más agudas si no se cambia la política respecto al papel que los ríos y las aguas subterráneas juegan como garantes de la vida.

[Texto extraído de Antonio Hernández et al., La crisis ecosocial en clave educativa, FUHEM ecosocial, 2009. Págs.48 y 78-80. ]

El estrés hídrico

Se denomina estrés hídrico a la escasez socialmente inducida de agua, provocada por la tensión entre una demanda creciente y unos recursos hídricos menguantes. El origen de esta presión sobre el agua es históricamente reciente: esencialmente la expansión del regadío, y la explotación de acuíferos ligada a la agricultura industrial. Pero tras más de medio siglo de uso intensivo en muchos de estos acuíferos el bombeo de agua ya ha sobrepasado la capacidad de regeneración mediante el aporte de la lluvia.

Actualmente 18 países del mundo, que albergan a más de la mitad de la población, están sobreexplotando sus acuíferos y sufren estrés hídrico. Algunos de estos países, como Arabia Saudí, Yemen, Siria o Irán han pasado ya su respectivo pico del agua: su capacidad de explotación de agua disminuye irreversiblemente año a año. Otros como México, Pakistán o India pueden encontrarse muy cerca. Tras el pico del agua siempre llega el pico de la producción nacional de grano. Grandes centros de producción de cereales, como EEUU y China, presentan también datos alarmantes de sobreconsumo de agua. Y se espera que para 2030, la demanda mundial de agua supere en un 40% a la oferta.

Estrés hídrico por países

Estrés hídrico por países. Fuente: World Resources Institute

Si miramos los datos en términos de población y no de países, según la ONU, en 2025 está previsto que 1.800 millones de personas vivan en países y regiones con escasez absoluta de agua.

El estrés hídrico en España y las previsiones del cambio climático

El Centro de Estudios y Experimentación de Obras Públicas (CEDEX), a petición del Ministerio de Medio Ambiente, ha llevado a cabo estudios sobre los impactos que pudiera generar el cambio climático sobre los recursos hídricos y las masas de agua en España.

Según uno de los últimos estudios presentados en diciembre de 2010, que contemplan dos escenarios posibles del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), se prevé una reducción de los recursos hídricos para los próximos años. Esto incluye una reducción generalizada de la precipitación media, un aumento de la temperatura y por tanto de la evapotranspiración, una disminución de la recarga subterránea de agua en nuestros acuíferos y una disminución general de la escorrentía.

Sin embargo, el proceso de pérdida de recursos hídricos ya se está produciendo desde hace al menos dos décadas. Como se puede apreciar en la siguiente tabla, las aportaciones de agua a cada una de las demarcaciones hidrográficas, en comparación a los años cuarenta del siglo XX, ha disminuido un 14.3% para el conjunto del país.

Reducción del aporte de agua a nivel nacional 1940-presente (en hm3/año)

Reducción del aporte de agua a nivel nacional 1940-presente (en hm3/año). Fuente: Ecologistas en Acción, Consecuencias del cambio climático para la disponibilidad de agua en España, tras la firma de los acuerdos de Paris.

Los objetivos de las administraciones públicas para las demandas de agua en los próximos años aparecen definidos en los planes hidrológicos de las demarcaciones hidrográficas. Entre 2015 y 2021 se prevé un crecimiento moderado del consumo de agua para usos urbanos e industriales, pero un incremento muy importante de la superficie de regadío de casi un 17%, lo que supondrá un aumento neto de un 10% del consumo de agua del país.

De todos estos datos, el informe de Ecologistas en Acción Consecuencias del cambio climático sobre la disponibilidad de agua en España tras la firma de los acuerdos de Paris concluye:

Como hemos visto en apartados anteriores, todo apunta a un escenario para 2021 con aproximadamente un 20% menos de los recursos hídricos que había disponibles a principios de los noventa, a causa del cambio climático, así como un incremento sobre las demandas actuales de alrededor del 10%. Además, tanto la reducción de los recursos disponibles como el crecimiento de las demandas, se va a producir de forma muy desigual a lo largo del territorio, siendo previsible que se den en los próximos años numerosas situaciones de estrés hídrico en amplias zonas del país.

De esta manera, mientras que en el año 2000 se afirmaba que el Segura era la única demarcación hidrográfica con déficit estructural, es previsible que, con la reducción de los recursos hídricos que se está produciendo y el incremento de las demandas previstas, la situación cambie. En las próximas dos décadas pueden pasar a esa situación de déficit estructural también las demarcaciones hidrográficas del Júcar, Guadiana, Guadalquivir, Cuencas Internas de Cataluña, Guadalete-Barbate y Cuencas Mediterráneas, y parte de las del Tajo y Ebro, aproximadamente la mitad de la superficie peninsular.

Todo ello conduce necesariamente a una situación de completa insostenibilidad y de auténtico colapso hídrico y medioambiental dentro de unos pocos años en una buena parte del país.

[Texto extraído de Ecologistas en Acción, Consecuencias del cambio climático sobre la disponibilidad de agua en España tras la firma de los acuerdos de Paris, 2016]

Guerras por el agua

El futuro acceso al agua es una fuente de tensión geopolítica creciente. En el siguiente gráfico puede apreciarse la disponibilidad de agua en el mundo en relación a la población organizando los datos por continentes:

Disponibilidad de agua comparada con población. Fuente: UNESCO

Disponibilidad de agua comparada con población. Fuente: UNESCO

Como afirma la guía La crisis ecosocial en clave educativa, de FUHEM ecosocial:

Controlar la disponibilidad del agua confiere un gran poder político y económico. Al ser un recurso imprescindible para la vida y prácticamente para cualquier actividad económica, la capacidad de decidir cuánto, cómo y dónde se distribuye el agua es objeto de codicia. Los conflictos por su apropiación y por el “derecho de uso” van desde lo local a lo global pasando por disputas nacionales ya que los ríos más importantes atraviesan varios países. Las tensiones entre regiones de España por el trasvase de agua de unas cuencas a otras no dejan de ser conflictos ecológico-distributivos en los que algunos actores pretenden ignorar los condicionantes ecológicos por intereses meramente político-económicos. Con características más dramáticas, la apropiación y control por Israel de los acuíferos y fuentes de agua dulce de la región, con la expulsión de sus pobladores, tiene mucho que ver en el conflicto que les enfrenta con palestinos y árabes

[Texto extraído de Antonio Hernández et al., La crisis ecosocial en clave educativa, FUHEM ecosocial, 2009. Págs. 78-79]

Por todo ello, no es sorprendente que el agua sea hoy uno de los motivos principales de conflictividad bélica. La guerra enquistada entre Israel y Palestina, las tensiones en la cuenca del Nilo entre Egipto, Sudán y Etiopía o las disputas en el río Volta, que están alimentado la violencia en África Occidental son el preámbulo de las guerras del agua que están por venir.

El agua como derecho humano y como bien común

ONGs, sindicatos y movimientos sociales y ambientales llevan muchas décadas reclamando el acceso universal a una fuente segura de agua y saneamiento, así como que este acceso se implemente con gestión pública y participación social. Este proyecto se enfrenta a la idea predominante en los Foros Mundiales del Agua, que en armonía con el espíritu neoliberal que impera en los espacios de gobernanza global, está promoviendo la gestión privada del agua y mecanismos de mercado como solución a los problemas hídricos del planeta.

A pesar de la presión en contra de las grandes corporaciones y empresas transnacionales de control de agua, en el año 2010 la Asamblea de Naciones Unidas, a iniciativa de Bolivia, ha reconocido el acceso a agua y saneamiento como un derecho básico para la vida y la dignidad de las personas. Esto ha sido un hito importante, pero ahora queda el reto de implementarlo: una tarea que no será fácil porque despierta la oposición de importantes intereses económicos que giran alrededor del agua.

Durante casi todo el siglo XX, en los países más desarrollados, el agua se gestionó como un bien común. En Europa y Norteamérica los servicios públicos de abastecimiento de agua y saneamiento resultaron fundamentales para conseguir estabilidad política, paz social y prosperidad económica. Sin embargo, desde los años ochenta, la oleada neoliberal ha promovido la privatización del agua. Y las medidas privatizadoras que comenzaron ensayándose en el sur global hoy son parte de la agenda política del norte.

Dotar a un bien tan básico como el agua de un estatus de mercancía, restringiendo su acceso solo a aquellas personas y entidades que puedan pagarlo, y con el objetivo de que empresas privadas maximicen su lucro en el corto plazo, genera impactos muy duros sobre la población más desfavorecida. Además, la gestión privada del agua, durante casi tres décadas de experimentación, se ha demostrado profundamente ineficaz. Según Ecologistas en Acción e Ingeniería sin Fronteras, «solo el 3% de las nuevas conexiones de agua a nivel mundial han sido realizadas por el sector privado». Falta de eficiencia y consecuencias sociales nefastas: este es el legado del experimento de convertir el agua en un negocio. Por ello muchas grandes empresas multinacionales se han visto expulsadas de los países del sur, en ocasiones tras provocar disturbios y graves protestas sociales. Y en los países europeos se está viviendo un progresivo retorno a la gestión pública en el abastecimiento de grandes ciudades.

España no ha sido ajena a estas fórmulas de privatización del agua, y actualmente el 50% del suministro urbano está en manos privadas. Al mismo tiempo surgen luchas por todo el territorio para fomentar que la ciudadanía recupere el control de un recurso tan básico, asegurando su uso como bien común y no como mercancía.

Como afirma en un documento conjunto Ecologistas en Acción e Ingeniería sin fronteras:

Los servicios públicos son un legado de la ciudadanía a los responsables por un corto periodo de tiempo, no tienen la legitimidad para dilapidar un patrimonio que no les pertenece

[Ecologistas en Acción e Ingeniería sin Fronteras, El agua, como la vida, no es una mercancía, 2012]

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