Cuando el movimiento ecologista ha llamado la atención sobre la contaminación y sus peligros, muchos oídos reaccionaron como si fuera un problema estético o higiénico: la contaminación ensucia, estropea y hace feos nuestros paisajes, tanto urbanos como rurales. Pero el problema de la contaminación es, esencialmente, un problema de salud pública, y por tanto de supervivencia social: el modo en que manipulamos la naturaleza en las sociedades industriales modernas nos está envenenando. Alrededor de la expulsión incontrolada de residuos al entorno están proliferando toda una serie de enfermedades que permanecen ocultas mediáticamente para no cuestionar el modo de producción que las genera.
Aunque todos los procesos de la vida están atravesados de fenómenos químicos, no todas las sustancias químicas son compatibles con los procesos vivos. La bioquímica tiene unas normas estrictas, que la actividad humana está violando. Existen un tipo de sustancias, que se denominan xenobióticas, cuya estructura química es muy poco frecuente, producto de síntesis humanas. Un porcentaje importante de estos productos xenobióticos actúan como tóxicos sobre los organismos vivos, y tienen además la peculiaridad de ser muy persistentes en el tiempo, perdurando décadas antes de degradarse, y pueden desplazarse a largas distancias. En este sentido, las malas noticias sobre la persistencia de sustancias tóxicas en nuestras cadenas alimentarias son cada vez más frecuentes. Pensemos en la prohibición del consumo de pescado azul a las embarazadas por su alto contenido en mercurio. O el descubrimiento de que nuestra sangre está contaminada con más de 70 productos químicos, entre ellos muchos plásticos.
Según datos de Ecologistas en Acción, solo en España entre 2.000 y 8.000 trabajadores mueren cada año debido a la exposición a agentes cancerígenos en el trabajo. La exposición a sustancias peligrosas también provoca más de 5.000 casos anuales de asma, casi 9.000 de EPO y 6.800 casos de dermatitis. El asma afecta ya al 10% de los niños españoles, los problemas de neurodesarrollo en población infantil están alcanzando cifras epidémicas: entre un 5 y un 10% de los niños escolarizados tienen problemas de aprendizaje y un 17% problemas de atención por hiperactividad. El cáncer infantil, asociado a exposición a tóxicos en un 98% de los casos, tiene una tasa anual de incremento de un 1%.
Lo preocupante de estos procesos masivos de envenenamiento es que están pasando desapercibidos para la mayoría de la ciudadanía, salvo cuando adquieren forma de catástrofe, como en el accidente de Bopal (India), Chernobil o Fukushima.
En la Unión Europea se reconocen oficialmente 32.500 muertes anuales provocadas por cáncer de origen laboral relacionado con la exposición a elementos industriales peligrosos para la salud. Pero esta cifra puede suponer solo la punta del iceberg: según la iniciativa europea REACH (Registro, Evaluación y Autorización de Sustancias Químicas), para el año 2004 había 113.000 sustancias químicas cuya venta está autorizada en los mercados europeos, y casi se añaden 1.000 nuevas todos los años. De estas más de 100.000 sustancias, 2.600 tienen ventas superiores a mil toneladas anuales, y apenas el 3% de esta pequeña porción ha sido caracterizada en lo que se refiere a riesgos. Y tan solo 28 sustancias han completado una evaluación completa de riesgos. Al ritmo actual de evaluación de la Unión Europea, se tardará más de un siglo en evaluar solo las 2.000 sustancias de mayor uso. Los intentos de regular esta peligrosa situación se han visto frenados por las fuertes presiones de los lobbies industriales en Bruselas. Es decir, vivimos sobre auténticas bombas químicas, y para no violentar los intereses económicos de algunas empresas no nos dotamos de herramientas para detectarlas.
Un dato importante es que muchos de los peores efectos para la salud que provoca la contaminación pueden no ser inmediatamente visibles, sino que se desarrollan con el tiempo. Las bombas químicas que nos amenazan pueden detonar a cámara lenta, y solo percibiríamos su impacto con el paso de los años. La historia está llena de ejemplos de cómo un contaminante se demuestra pernicioso en el largo plazo. El DDT fue empleado durante décadas como insecticida hasta que se demostraron sus efectos cancerígenos. Y aún después de ser prohibido, las reservas se vendieron durante años a países pobres, con regulaciones más laxas, para evitar pérdidas económicas a las empresas productoras. Lo mismo sigue sucediendo con otras muchas sustancias: su análisis y prohibición cuesta décadas de lucha y movilización social, y las regulaciones posteriores solo benefician a los países más ricos. También es importante entender que los estudios de riesgos evalúan a los tóxicos por separado, para cada producto. Pero la nocividad de algunos tóxicos puede multiplicarse exponencialmente si se combina con otros tóxicos. Dice Roberto Bermejo al respecto:
Desconocemos los potenciales efectos dañinos de los más de 100.000 productos químicos comercializados. Cada año se comercializan en torno a 1.000 productos nuevos. La capacidad del organismo público estadounidense encargado de analizar la toxicología de los productos es de 25 al año, estudiando sólo cada producto aislado. Se ha encontrado que la nocividad puede incrementarse hasta 1.600 veces cuando estos productos se combinan en grupos de dos o tres. Un estudio publicado en la revista Science ha determinado que, para analizar las repercusiones de las combinaciones en grupos de tres productos de 1.000 productos, y sólo dedicando una hora a cada combinación, se necesitaría el trabajo de 100 laboratorios durante 24 horas al día y 180 años.
[Roberto Bermejo, Economía sostenible, Bakeaz, 2001, pág. 237]
Ante estas amenazas, una sociedad sensata aplicaría el principio de precaución: cada sustancia comercializada tendría que demostrar que es inocua antes de ser puesta en circulación, al contrario de lo que ocurre actualmente. Pero la aplicación masiva del principio de precaución atenta contras los intereses de un sistema económico que se rige por beneficios empresariales crecientes en cortos espacios de tiempo.
El amianto o asbesto es una sustancia con efectos letales que se sigue produciendo y usando en la mayor parte del mundo. El fenómeno del amianto es significativo porque ilustra las deficiencias de un sistema económico que tiende a hacer primar el beneficio empresarial sobre la salud pública de la población.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud «en el mundo hay unos 125 millones de personas expuestas al asbesto en el lugar de trabajo. Según los cálculos de la OMS, la exposición laboral causa más de 107.000 muertes anuales por cáncer de pulmón relacionado con el asbesto, mesotelioma y asbestosis». A estas cifras debemos añadir los afectados por contaminación familiar (polvo de amianto que los trabajadores llevan a sus domicilios).
Según estos datos, la exposición sistemática al amianto ya ha producido más de diez millones de muertes directas acumuladas durante todo el siglo XX. Y esto a pesar de que existen datos fiables sobre su peligrosidad, al menos, desde los años cincuenta y sesenta, quedando confirmado en 1977 por parte de la IARC (Agencia Internacional de Investigación del Cáncer, perteneciente a la OMS) que todos los tipos de amianto tienen “categoría 1”. Esto significa que son altamente cancerígenos para los seres humanos. Un marco legislativo más estricto tendría argumentos para considerar el amianto una suerte de genocidio silencioso.
Sin embargo, a día de hoy y contra todas las evidencias científicas, casi dos tercios de la humanidad siguen expuestos al amiento. En España está prohibido desde el año 2002, pero como afirma Paco Puche, «estamos muy lejos de conseguir un desamiantado seguro y completo». Y como el mesotelioma es una enfermedad que tiene una latencia de 40 años, seguirán emergiendo casos hasta la década de los cuarenta del siglo XXI. Las estadísticas que asocian consumo de amianto y enfermedades (mesotelioma, pero también cáncer de pulmón) indican que puede esperarse que aproximadamente unas 75.000 personas fallezcan, solo en España, por contacto con esta sustancia.
El amianto supone, por tanto, una de las mayores catástrofes industriales de la historia de la humanidad, y que no la consideremos como tal está relacionado con su desarrollo a baja velocidad. La Unión Europa, con una resolución del parlamento del 13 de marzo de 2013, establece la letalidad del amianto e insta a intervenir, a escala global, con un plan de desamiantado para antes de 2030. Lo grave y verdaderamente trágico es que iniciativas de este tipo lleguen tan tarde, reflejo de una civilización que está entrando en crisis, entre otras razones, por su incapacidad manifiesta de ordenar prioridades y hacer valer los derechos humanos sobre los derechos de los oligopolios empresariales.
El objetivo principal de la respiración animal es suministrar oxígeno al organismo y expulsar CO2. En las células se utiliza el oxígeno para generar energía oxidando nutrientes orgánicos y produciendo CO2 en el proceso.
Es obvio que respirar es indispensable para la vida, sin aire no podemos vivir. Un adulto normal en reposo desplaza medio litro de aire en cada ciclo respiratorio (inspiración, espiración). Teniendo en cuenta que el ritmo respiratorio normal en reposo es de entre 13 y 18 respiraciones por minuto, podemos calcular que al cabo del día por los pulmones de una persona adulta circulan aproximadamente 10 metros cúbicos de aire (10.000 litros), cantidad que aumentaría considerablemente en caso de realizar algún tipo de actividad física que incremente el ritmo respiratorio.
La contaminación atmosférica se define, según la Directiva 84/360/CEE, de 28 de junio de 1984, relativa a la lucha contra la contaminación atmosférica procedente de las instalaciones industriales, como: «La introducción en la atmósfera, directa o indirectamente, por el hombre, de sustancias o de energía que tengan una acción nociva de tal naturaleza que ponga en peligro la salud del hombre, que cause daños a los recursos biológicos y a los ecosistemas, que deteriore los bienes materiales y que dañe o perjudique las actividades recreativas y otras utilizaciones legítimas del medio ambiente».
Durante cientos de miles de años la composición del aire estaba determinada fundamentalmente por procesos naturales, con una influencia limitada de las actividades humanas. Las principales fuentes de introducción de sustancias en el aire eran los incendios forestales, la actividad volcánica, fenómenos meteorológicos, etc. Con el surgimiento de las civilizaciones antiguas y la aparición de las primeras ciudades con una importante población aparecen los primeros casos visibles de contaminación atmosférica. Ya en el Imperio Romano la combustión de leña y carbón para calefacción, crematorios, fundido de metales y curtido de pieles generaba problemas de contaminación en Roma. Pero no es hasta hace 200 años, con la revolución industrial y el inicio de la utilización generalizada de combustibles fósiles, cuando la contaminación atmosférica debida a la actividad humana empieza a convertirse en un fenómeno global y que afecta cada vez a más personas debido al aumento de población y a la cada vez mayor concentración de ésta en las ciudades.
Hasta el siglo XVIII el uso intensivo de carbón, provocó graves problemas de contaminación en las principales ciudades de Europa y Estados Unidos. A finales del siglo XIX y principios del XX surgen los primeros intentos de regulación en EE. UU. y Reino Unido. En diciembre de 1952 se produjo un notable episodio de “smog” en Londres. Un estancamiento de las condiciones meteorológicas propició un fuerte incremento de la concentración de los contaminantes atmosféricos durante cuatro días. Como consecuencia, la mortalidad registrada durante el episodio y en los días subsiguientes fue tres veces superior a lo normal, lo que provocó la muerte de 4.000 personas. No era la primera vez, pues desde los años 30 venían ocurriendo sucesos similares en países industrializados, como el del Valle de Mosa (Bélgica, 1930) o el de Donora (Pensilvania, EE UU, 1948). Un estudio reciente que ha reevaluado los datos estimó que el episodio de 1952 de Londres provocó 12.000 muertes prematuras.
Las condiciones han cambiado desde entonces debido a la evolución que se ha producido en la actividad industrial y a la introducción progresiva de una legislación orientada a la reducción de la contaminación. Hace 20 años se pensaba que las concentraciones de contaminación alcanzadas en los países desarrollados tenían efectos adversos sobre la salud que podían considerarse despreciables. Sin embargo, en las dos últimas décadas, la contaminación atmosférica se ha vuelto a situar en un primer plano, emergiendo como un problema de salud ambiental de gran magnitud. Una de las razones es que, aunque la contaminación provocada por los combustibles fósiles tradicionales se ha ido reduciendo, otros contaminantes han cobrado mayor relevancia. El crecimiento incesante del número de vehículos motorizados ha provocado el aumento de la contaminación por óxidos de nitrógeno y partículas. La contaminación fotoquímica, caracterizada por la presencia de altos niveles de ozono cuando el tiempo es cálido y soleado, se ha revelado importante no sólo en lugares previsibles, sino en grandes áreas de Europa con mejor calidad del aire y una meteorología en principio menos propicia. Las partículas en suspensión han ido cambiando en composición y distribución de tamaños, alterando su toxicidad.
[Texto extraído de Ecologistas en Acción, Calidad del aire, tráfico y salud, 2008. Disponible aquí: Cuaderno Calidad del aire, tráfico y salud]
Los problemas de contaminación atmosférica más graves que afectan a la calidad del aire viene provocados, esencialmente, por tres sustancias: dióxido de nitrógeno (NO2); partículas en suspensión (PM) y ozono (O3). Además, aunque su presencia sea actualmente menor, debemos añadir en el análisis el benceno (C6H6), el monóxido de carbono (CO) y el dióxido de azufre (SO1).
Dióxido de nitrógeno (NO2): Proviene en su mayor parte del tráfico. Aumenta el riesgo de distintas afecciones pulmonares y exacerba las reacciones asmáticas. Además, es un precursor de otros importantes contaminantes (ozono, PM2,5) generados a partir de su intervención en diversas reacciones químicas que se producen en la atmósfera.
Partículas en suspensión (PM): Aunque las partículas en suspensión pueden tener muchos orígenes, unas de las más perjudiciales para nuestra salud son las expulsadas por los tubos de escape de los vehículos, en especial los diésel. Son las que forman la boina de contaminación que resulta visible sobre las grandes ciudades. Según su tamaño, pueden penetrar más o menos en nuestro sistema respiratorio, creando diferentes problemas: las PM10 (menores de 10 micras), que penetran hasta las vías respiratorias bajas, las PM2,5 (menores de 2,5 micras) que llegan en el pulmón hasta la zona de intercambio de gases, y las partículas ultra finas (menores de 0,1 micras) que pueden llegar al torrente circulatorio. La contaminación por partículas en suspensión provoca incrementos en la mortalidad total, mayor mortalidad por enfermedades respiratorias, cardiovasculares, y por cáncer de pulmón, etc. Respirar de forma continuada un aire con una elevada concentración de partículas en suspensión puede reducir la esperanza de vida entre varios meses y 2 años.
Ozono (O3): Este contaminante se forma en la atmósfera a partir del dióxido de nitrógeno (NO2) y compuestos orgánicos volátiles (COV), mediante una serie de reacciones fotoquímicas, en las que participa la radiación solar. Esta necesidad de insolación para que se produzca el ozono hace que sus mayores concentraciones ocurran en verano y por las tardes. El ozono es muy inestable y se descompone fácilmente en presencia de óxido de nitrógeno (NO), por ello su concentración suele ser baja en el centro de las ciudades y mucho mayor en las áreas suburbanas y rurales circundantes, donde sería esperable un aire más saludable. Es un potente oxidante que provoca daños en los pulmones, ojos y superficies mucosas, produciendo un importante deterioro de la salud y un aumento de la mortalidad por afecciones respiratorias.
Otros contaminantes:
[Texto extraído de la exposición Contaminación del aire y salud, de Ecologistas en Acción. Disponible aquí: Contaminación del aire y salud]
Las fuentes de la contaminación atmosférica son esencialmente dos: el transporte y la industria.
El transporte en nuestro país crece de forma desbocada, pero sobre todo aumenta el uso del coche y el tráfico aéreo. La enorme construcción de infraestructuras de los últimos años ha potenciado esta situación, lo que entre otros muchos problemas origina una fuerte contaminación del aire y daños a nuestra salud.
Aeropuertos: La combustión del queroseno –el combustible de los aviones– provoca emisiones de gases nocivos para la salud como los óxidos de nitrógeno (NOx , precursores del ozono troposférico), monóxido de carbono (CO), partículas en suspensión (PM10) o benceno, un potente carcinógeno. Aunque en el largo plazo no se suelen superar los límites establecidos por la normativa, sí se dan episodios de superación de los niveles peligrosos en épocas del año en las que aumenta el tráfico aéreo y hay condiciones meteorológicas propicias.
El automóvil: El tráfico es el principal responsable de la contaminación del aire de nuestras ciudades. El automóvil es responsable del 83% de todas las emisiones de CO2 procedentes del transporte (y junto a ellas, de contaminantes peligrosos para nuestra salud). Esta proporción aumenta en las zonas urbanas. Los vehículos privados también son responsables de casi el 80% del total de emisiones de óxidos de nitrógeno debidas al tráfico y del 60% de las emisiones de partículas.
La industria es la otra gran fuente de contaminación atmosférica. Gracias a la percepción social de que la contaminación del aire es muy perjudicial para la salud de las personas, las industrias han ido alejándose de los núcleos de población. Sin embargo, existen puntos de nuestra geografía donde la concentración de industrias crea graves problemas de contaminación del aire. En el Campo de Gibraltar (Cádiz), Avilés (Asturias), Puertollano (Ciudad Real), Bailén (Jaén), Huelva y en varios lugares más, las instalaciones industriales suponen un grave problema para la salud pública. Por ejemplo, las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz tienen la tercera parte de los municipios con más alto riesgo de mortalidad de todo el Estado español cuando sólo poseen el 8% de la población.
El otro gran foco de contaminación industrial son las centrales térmicas. La mitad de la electricidad de nuestro país se produce en centrales térmicas que utilizan combustibles fósiles (carbón, derivados del petróleo y gas). Las zonas cercanas (hasta 30 km) a estas instalaciones registran frecuentemente concentraciones de contaminantes superiores a los límites fijados por la legislación. Los mayores problemas se producen por partículas en suspensión (PM10) y, en menor medida, por dióxido de azufre (SO2), debido al azufre que contienen los combustibles utilizados. Tenemos el dudoso honor de tener en nuestro territorio la instalación de combustión más contaminante de toda Europa: la central térmica de carbón de As Pontes (Galicia). La tercera es la central de Andorra (Teruel). Según las últimas estimaciones, la central de As Pontes provoca 1.800 muertes prematuras anuales y la central térmica de carbón de Teruel unas 890.
[Texto extraído de la exposición Contaminación del aire y salud, de Ecologistas en Acción. Disponible en Aquí]
Un solo dato cotidiano nos sirve de ejemplo para ilustrar las nefastas consecuencias de la contaminación atmosférica: siguiendo parámetros de la Organización Mundial de la Salud, más estrictos que los que impone la legalidad vigente, el 95% de la población española está respirando aire contaminado. Y la Comisión Europea nos advierte de que la contaminación del aire provoca 370.000 muertes prematuras anuales en toda la Unión Europea y 16.000 en España. Esta cifra es 11 veces superior a los accidentes de tráfico que ocurren cada año y 10 veces más que todo el terrorismo y la violencia política que ha conocido el país en el último medio siglo. Sin embargo, la contaminación sigue siendo una asesina silenciosa, y no somos capaces de tratarla como el problema social de extrema gravedad que realmente es.
En los gráficos siguientes puede observarse la extensión de las zonas de incidencia de contaminantes atmosféricos según parámetros de la legalidad vigente y según parámetros de la OMS.
Incidencia de partículas PM 2,5 en España durante 2015. Fuente: Ecologistas en Acción, Informe La calidad del aire en el Estado español 2015, 2016
Incidencia de partículas PM 10 en España durante 2015. Fuente: Ecologistas en Acción, Informe La calidad del aire en el Estado español 2015, 2016
Incidencia del ozono en España durante 2015. Fuente: Ecologistas en Acción, Informe La calidad del aire en el Estado español 2015, 2016
Incidencia del dióxido de nitrógeno en España durante 2015. Fuente: Ecologistas en Acción, Informe La calidad del aire en el Estado español 2015, 2016
Incidencia del benzo(a)pireno en España durante 2015. Fuente: Ecologistas en Acción, Informe La calidad del aire en el Estado español 2015, 2016
Incidencia del dióxido de azufre en España durante 2015. Fuente: Ecologistas en Acción, Informe La calidad del aire en el Estado español 2015, 2016
Las patologías y enfermedades vinculadas a la contaminación atmosférica son diversas: enfermedades respiratorias y cardiovasculares, cáncer de pulmón en no fumadores, reacciones inflamatorias en el pulmón, irritación en ojos y superficies mucosas, alergias y asma. La exposición a algunas partículas, como el benceno, altera la médula de los huesos y disminuye los glóbulos rojos en sangre, mientras que el plomo produce envenenamiento enzimático capaz de alterar el desarrollo cognitivo en niños.
También es necesario tener en cuenta los efectos de la contaminación atmosférica sobre el resto de las formas de vida. Los altos niveles de contaminación por ozono tienen responsabilidad directa en la caída de la productividad de muchos cultivos, como la patata, el tomate, el melón o el trigo. La exposición aguda puede llegar a producir daños que se observan a simple vista, como manchas en las hojas.
Por último, hay que considerar la traducción económica de esta problemática: los costes asociados a la contaminación del aire en España, según un informe del Observatorio de la Sostenibilidad en España, son de «al menos 16.839 millones de euros, aunque, según las estimaciones realizadas, la cifra podría llegar a cerca de 46.000 millones (45.838). Ello supone que los costes derivados de la contaminación atmosférica representan como mínimo un 1,7% y un máximo del 4,7% del PIB español, y entre 413 y 1.125 euros por habitante y año. Al igual que en el resto de Europa, los mayores costes están relacionados con la mortalidad crónica asociada a la contaminación por partículas». En Europa se ha estimado que el coste de los problemas derivados de los daños a la salud por ozono y partículas en suspensión durante el año 2000 fue de entre 276.000 y 790.000 millones de euros, nada menos que entre el 3 y el 9% del PIB de la Europa de los 25.
La contaminación acústica se define como la presencia en el ambiente de ruidos o vibraciones, cualquiera que sea el emisor acústico que los origine, que impliquen molestia, riesgo o daño para las personas, para el desarrollo de sus actividades o para los bienes de cualquier naturaleza, o que causen efectos significativos sobre el medio ambiente.
Los mapas de ruido sirven para reflejar los porcentajes de población expuesta a ciertos niveles de ruido. Según la normativa, estos mapas tienen que revisarse cada 5 años. Se basan principalmente en información estadística (densidad de tráfico en las calles/carreteras, tráfico ferroviario y aéreo, actividad nocturna), pero en algunos casos también en mediciones reales.
Analizando los datos de población expuesta al ruido de diferentes ciudades españolas disponibles públicamente se observa que hay una fracción muy significativa de la población afectada por valores superiores a los objetivos de calidad establecidos en la normativa y a los aconsejados por la OMS. Según la OMS, personas expuestas a estos niveles de ruido sufren molestias y elevados niveles de estrés, alteraciones de sueño, reducción de la capacidad cognitiva y un riesgo elevado de enfermedades cardiacas y respiratorias.
La contaminación acústica en Europa es un grave problema ambiental y de salud pública. El principal responsable de esta contaminación es el tráfico rodado, afectando a 125 millones de personas, el 24% del total de la población europea, con niveles de ruido superiores a 55 dB (Lden). Este tipo de contaminación provoca en Europa unos 43.000 ingresos hospitalarios y al menos 10.000 muertes prematuras cada año. El objetivo europeo es disminuir el ruido de forma significativa para el año 2020, acercándonos a los valores recomendados por la OMS. Toda la información sobre ruido proporcionada por los Estados miembros europeos está recogida en la base de datos NOISE.
[Texto extraído de Ecologistas en Acción, Contaminación acústica y ruido, 2015]
El oído es por naturaleza un sentido de alarma, con el que detectar peligro y alertar también durante la fase de sueño. Por lo tanto, es muy sensible a ruidos y la exposición a sonidos crea un estado de alerta, de estrés, incluso si la persona se acostumbra subjetivamente y no lo nota. Como uno se acostumbra al mal olor de un contaminante hasta ya no notarlo, el organismo es capaz de acostumbrarse e ignorar la molestia por el ruido, pero eso solo es la percepción consciente por la persona. El efecto tóxico del contaminante, como el estrés que el ruido impone al organismo, sigue igual y los efectos negativos no se reducen por costumbre.
El tráfico rodado es la fuente de 80% del ruido en entornos urbanos, pero causa solo el 8% de las quejas. La principal fuente de quejas por la población es el ruido por ocio nocturno, que no es continuo sino puntual y así llama mucho más la atención. Los principales tipos de daños que el ruido provoca en la salud son:
Existe mucha investigación sobre los efectos del ruido en la salud. Los daños posibles son múltiples y no siempre cuantificables. No obstante, hay consenso sobre varios puntos reconocidos por la Comisión Europea, la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA) y la OMS, donde existe evidencia suficiente de correlación entre nivel de ruido y los siguientes impactos en la salud: estrés, molestias, alteraciones del sueño, efectos cardiovasculares, alteraciones de la capacidad cognitiva y efectos respiratorios.
Asimismo, se ha demostrado que el estrés y las alteraciones del sueño pueden ocasionar alteraciones hormonales, dando lugar a la aparición de casos de diabetes, entre otras enfermedades. También existen estudios que señalan que niveles elevados de ruido pueden ocasionar pérdida auditiva y trastornos en el desarrollo fetal y de los recién nacidos, con su consecuente impacto educacional, social y en el desarrollo emocional.
Recientemente ha aparecido un nuevo estudio llevado a cabo por investigadores españoles según el cual el incremento de los partos prematuros, el bajo peso al nacer o el aumento de la mortalidad en recién nacidos están relacionados con los altos niveles de tráfico. Así, las grandes ciudades podrían convertirse en un factor de riesgo para las mujeres que se encuentren en las últimas etapas de su embarazo. Según esta investigación realizada con datos de ruido de la ciudad de Madrid, durante el periodo entre 2001 y 2009 nacieron cerca de 23.000 niños con bajo peso, más de 24.000 partos fueron prematuros y la mortalidad fetal fue de 1.200 niños. Se ha estimado que la disminución de 1 dB(A) en los niveles medios de ruido diurno en Madrid podría reducir el número de nacidos con bajo peso en un 6,4%; los partos prematuros en un 3,2% y la mortalidad fetal en un 6%.
[Texto extraído de Ecologistas en Acción, Contaminación acústica y ruido, 2015]
Ejemplo de valores sonoros y efectos en el organismo. Fuente: OMS
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